Todo tiene un antes y un después, luego el después se convierte de nuevo en un antes, y el ciclo continúa. Pero siempre hay acontecimientos que marcan pautas entre esos ciclos.
Y es que hubo un color, algo celeste, si…su nombre: Karen. Se conocieron un año antes de aquel día en que, vestida de blanco le pareció a Rojo como la cosa más pura. Y así era: simple, tierna, con una ingenuidad casi infantil, aunque en sí ella no tenía mucho de infantil.
Habían pasado para Rojo tantos años de soledad…de la que es como una sombra, en un color gris espectro, o gris persecución. Esa soledad que al final se llega a buscar y se extraña, porque de alguna manera también fue la única compañía.
Encontrar a Karen fue entonces una luz, bajo la cual se despertaron sentimientos que habían sido desconocidos, pero que ahora llegaban a tocar esos nódulos rojos en la estructura acupuntúrea de Rojo. ¡Ah…la ternura! ¿Habrá un sentimiento que mueva con más intensidad las conexiones entre seres vivos? Cualquiera diría que el amor, pero el amor es procesal, mientras que la ternura es del momento, es tan etérea como las circunstancias que la provocan y tan fugaz como un impulso eléctrico que mueve lo que tiene que mover y va perdiendo intensidad hasta desaparecer…Y Karen provocaba esa ternura de una manera natural…
En menos de dos años había habido una boda…
El porqué del antes y después en este caso, sería el hecho que a partir de este momento se marca para Rojo un enfrentamiento constante consigo mismo, con su naturaleza y con sus antepasados…Empieza a notar la gama de rojos que había en su paleta…
19 julio 2006
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