Al ir desprendiendo la cáscara que había creado Rojo en torno a sus sentimientos, adquiría conocimiento sobre sí mismo. Un conocimiento que lo desconcertaba a veces, lo devolvía al pasado, le dominaba el ánimo…pero entre tanta incertidumbre, se iba aclarando ese paisaje interno, tan turbulento y borrascoso.
Se daba cuenta que ese niño herido, no se había ido con el pasado, y que al contrario, le acompañaba…era, a pesar de lo doloroso: su refugio, su seguridad…esos sentimientos era los que conocía y le hacían sentir normal…
En esos días, escribió en el foro un haibun de carácter personal, que exponía sus hallazgos:
“Es normal que busquemos aferrarnos a cosas conocidas o familiares, posiblemente por la necesidad que tenemos de sentir seguridad. O talvez por el miedo a experimentar con algo nuevo, o por desconocer otras opciones. Lo peor de todo es cuando uno se aferra a algo o a alguien que podríamos llamar tóxico…o sea, aquellas cosas, sentimientos, recuerdos, o relaciones que no nos hacen bien, y que hacen que giren los engranajes de círculos viciosos que nos atrapan en una inconsciencia autodestructiva…Se requiere de coraje para poder percibir aquello a lo que nos aferramos, aquello que nos causa apego, y lanzarnos al vacío de una experiencia libertadora…aunque desconocida…y con la carga de saber que también fuimos ejes de esos círculos viciosos…Lo bueno de todo esto, es llegar a darse cuenta que se puede salir, que no estamos solos, que el amor existe y que el universo vibra…Eso, es un soplo de aliento en el camino…es como cuando nos perdemos en los colores del atardecer, cuando todo es celaje y lo único que parece seguir con vida, es el viento…
últimos rayos,
entre la ramazón
un mar inmenso”
Y eso era lo que necesitaba, despedir el pasado, despedir al niño que hasta ahora lo había venido acompañando en su caminar…Ese niño, debía quedarse entre la ramazón del pasado, porque en realidad, era sólo eso…pasado…
02 noviembre 2006
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